En los meses que han transcurrido desde que los campesinos mayas en Chiapas
saltaron repentinamente hacia la escena mundial, en el día del año nuevo de 1994, varios
observadores, tanto en México como el extranjero, han tratado de encontrar en la situación
de extrema pobreza, y de una historia de políticas racistas y autoritarias, la explicación
principal de esta insurrección. El resultado ha sido el de la composición de una serie de
listas de las enfermedades que padece este estado del sur de México, lo que parecería
inducir la explicación racional de que ha sido la acumulación creciente de estas
condiciones, lo que finalmente se convirtió en algo intolerable, provocando ese estallido
ciudadano.
Ciertamente las crueldades y desigualdades en la sociedad chiapaneca han sido
impactantes. Como lo han advertido los periodistas y algunos otros, entre todos los
estados de México, Chiapas encabeza – o encabeza junto con Oaxaca –, una dudosa lista
de categorías como las de mayor mortalidad infantil, o el más alto nivel de analfabetismo,
y también el primer lugar en porcentaje de hogares sin agua potable, sin electricidad, o sin
pisos. Y tiene en su haber casi una tercera parte del total nacional de las demandas de
reforma agraria no resueltas aún, y siempre de acuerdo con los censos nacionales, un
sesenta por ciento de sus trabajadores perciben menos del salario mínimo nacional de
aproximadamente tres dólares por día – y cuarenta por ciento gana menos de la mitad de
ese salario. Por otra parte, en el plano político, vale la pena recordar que Chiapas, que ha
sido a lo largo de la mayor parte de su historia un estado mayoritariamente indígena, no ha
tenido nunca un gobernador o senador, o representante federal1
, o juez, o, incluso sacerdote
o obispo que hubiese sido indígena. Y que de acuerdo con los monitores de derechos
humanos, tanto nacionales como internacionales, Chiapas es, -otra vez, junto con Oaxaca-,
el estado mexicano con más violencia oficial; junto al hecho de que la mayoría de los jefes
locales y terratenientes de estos lugares ni siquiera pretenden reforzar su dominio bajo esas
estructuras “oficiales”, apoyándose más bien, abiertamente, en pistoleros pagados y en
guardias blancas privadas para conseguir sus objetivos