Varios de los rasgos que muestra el panorama social chileno actual, parecen
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ción históricamente inédita. Los procesos de constitución de actores sociales y
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enrumbadas -aunque todavía más embrionariamente- a un curso de cosas con
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atraviesa la sociedad, expresado en primer término en torno al problema educacional,
pero claramente extensivo a otros planos. Plagado de rasgos socioculturales
nuevos, que contrastan con muchas de las características más notorias de los
viejos actores sociales, alcanzan incluso la esfera política, expresando un marca-
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los términos restrictivos de la transición a la democracia chilena.
Varias de esas cuestiones han sido discutidas en los análisis referidos a años
anteriores. Especialmente en términos de los nuevos sectores medios, así como
de los nuevos asalariados, y sus correspondientes procesos actuales de constitución
de la acción colectiva. En esta ocasión, la atención se centra en un ámbito
“clásico” que, no por ello, cobija menos novedad: el capital y el trabajo. Si el malestar
actual aparece como eminentemente mesocrático, concentrado en el problema
educacional y especialmente referido a la educación superior y la frustración
de expectativas de ascenso social, el panorama del régimen laboral parece
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acaso rebasan aquellas referidas al ámbito educacional. Sin embargo, de momento,
no parecen estallar. Menos, parecen haber en dicho ámbito esos indicadores
de corrosión de los anteriores grados de control social que se extienden en una
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osaban en cuestionarse. Los problemas del transporte colectivo no daban lugar,
con tanta facilidad, a la decisión de tomarse la calle; ni el hedor de las plantas industriales
-que en nada ha cambiado- a una certeza capaz de copar las carreteras.